16 de diciembre de 2011

EL MERCADO QUE SE INSTALABA CADA SEMANA EL DÍA DOMINGO

TOMADO DEL LIBRO “MIS RECUERDOS”, ESCRITO POR EL PROFR. RAFAEL MARTÍNEZ MORALES DE IXHUACÁN DE LOS REYES, SE REPRODUCEN A CONTINUACIÓN LAS PÁG. 100 Y 101.

Hará cosa de unos cuarenta años, a un costado del parque Hidalgo de Ixhuacán, todavía se instalaba un mercado el día domingo.

Como mercado de pueblo, se vendían en él pocos artículos.

Había varios puestos de panelas las cuales tenían mucha demanda porque el azúcar se usaba sólo por contadas familias.

Las panelas eran llevadas del vecino pueblo de Cosautlán.

De la congregación de Barranca Grande llevaban plátanos, limas de ombligo, limones dulces, naranjas, guayabas, pápalo, berros, caña de azúcar, chininis, camotes hervidos, y el café en grano ya listo para ser tostado.

De Patlanalán llevaban cerezas a las que llamábamos “guindas”.

A veces vendían pequeñas panelas a las que al ser elaboradas les agregaban cacahuates o ajonjolí.
Para el nixtamal se vendía cal, en piedra o en forma de memela.

Había quelites, chiles, tomates, cebollas, ajos, etc.

Dentro de uno de los portales vendían cortes para pantalón y otras telas, calcetas, calcetines, artículos de mercería, etc.

Se instalaba así mismo una nevería, con mesas y bancas para comodidad de los clientes, la nieve era servida en copas de cristal y no se tomaba con cucharas, sino con verdes y aromáticas hojas de limón o de naranjo.
Si el cliente lo deseaba, podía acompañar su nieve con exquisitas masafinas que también tenía a la venta, la dueña de la nevería.

También podía uno comprar dulces como el llamado “niño envuelto”, pedazos de calabaza y chilacayote, cochinitos de masa endulzada con panela, panecillos con sabor a vino llamados “borrachos”, otro exquisito dulce hecho de pipián, y las ya nombradas masafinas que por ser tan finas había que tomarlas con cuidado para no romperlas.

Esos dulces eran llevados de Teocelo para ser revendidos en Ixhuacán.

Allá por los meses de mayo, junio y julio, de Ayahualulco bajaban a Ixhuacán a vender capulines, peras de buena calidad, y otras de no tan buena; estas últimas conocidas como “peras motas”. También traían manzanas, entre ellas las llamadas manzanitas de san Juan.

Traían escobas muy bien elaboradas con raíz de zacatón, y bateas hechas con madera de ilite. El uso de las bateas fue común; las pequeñas y medianas se usaban en la cocina; las grandes para lavar y transportar la ropa de la casa al río, y del río a la casa. Las mujeres las transportaban en la cabeza colocando un rodete de trapo entre su cabeza y la batea. (las bateas desaparecieron desde que nos invadió el plástico).

En ciertas fiestas como la del día de Reyes, también bajaban de la Gloria, (no del cielo, sino de la otra gloria), personas que traían para vender: cacahuates, tejocotes, alegría, piñones, y juguetes de barro como borregos, toros, mulas, burros, caballos y cochinitos para alcancía.

Casi todos estos juguetes traían un silbato incrustado en la panza, también hecho de barro.

Como no tenía dinero para comprar, disfrutaba yo los juguetes sólo con verlos, igual que otros muchos niños de mi pueblo.

Los tejocotes y los cacahuates se vendían en cajoncillos de madera que se exhibían copeteados; pero tenían un segundo fondo muy grueso también de madera. Quien compraba sin conocer el truco, se llevaba buen chasco; si bien es cierto que sólo se pagaban tres, cuatro, o cinco centavos por tamaños recopetotes.

Mi padre, como la mayoría de los hombres, acudía al mercado con su morral; compraba el café en grano que se tostaba y molía en casa, las panelas para endulzarlo, algunas frutas y algo de recaudo.

Cuando lo acompañaba yo me daba una moneda de dos centavos; con ella podía yo comprar una fruta y un cochinito de panela.

Aunque sencillo y pequeño, ese mercado que alegraba los domingos la plaza central de mi pueblo, ocupa también un lugar en la lista de mis recuerdos.

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