Elodia Soto
TOMADO DEL LIBRO “MIS RECUERDOS”, ESCRITO POR EL PROFR. RAFAEL MARTÍNEZ MORALES DE IXHUACÁN DE LOS REYES, SE REPRODUCEN A CONTINUACIÓN LAS PÁG. 115 Y 116 BAJO EL TÍTULO “SUCESO MISTERIOSO”
Allá por el año 1956, debía presentarme a la inspección escolar de Coatepec antes de las dos de la tarde; por cuyo motivo salí de mi escuela a las once de la mañana. Tenía que caminar aproximadamente una hora para llegar al lugar en que tomaría el autobús que me conduciría a Coatepec. El astro rey lucía esplendoroso; el cielo estaba completamente azul; caminaba yo solo por veredas entre potreros, cuyos límites eran hermosas arboledas formadas principalmente por encinas. Los únicos animales que se dejaban ver, eran los bovinos que pastaban, y uno que otro pájaro que cruzaba el espacio.
Iba yo tranquilo por aquel camino solitario, cuando al llegar a un lugar en el que a dicho camino se le une otro, formando ambos una ye, escuche un sisear, como si alguien quisiera hacerme notar su presencia; sisear que salía de entre el espeso ramaje de los árboles. Di unos pasos para continuar mi camino, y oí ruido de ramas, como si la fuerza de un gigante sacudiera los árboles.
Tranquilo todavía, regresé para buscar entre las ramas al autor de dicho movimiento, pero el pequeño bosque estaba como petrificado; no se movía ni una sola hoja. En esos momentos pensaba que alguien quería jugarme una broma. Nuevamente emprendí la marcha y volví a escuchar el fuerte sacudimiento de las ramas.
Pensando que alguien había logrado divertirse sin que yo pudiera saber de quien se trataba, continué mi camino sin dar mucha importancia a lo sucedido, pero al comenzar el descenso de una pendiente que terminaba en las primeras casas de la ranchería, llamada “El Olmo”, sentí que mis cabellos se erizaban, al mismo tiempo en que un gran miedo me envolvía desde los pies hasta la cabeza.
Dando zancadas quería volar para llegar rápidamente alas primeras casas; al haberlo logrado sentí seguro, y más al encontrar sentado a un lado de la puerta de una de ellas, a don Porfirio Ortiz, el más anciano de esa ranchería, quien, en mi llegada precipitada, y en la expresión de mi cara, notó que algo desagradable me había sucedido, y me preguntó: ¿Qué te pasa muchacho?, te veo asustando y pálido, ¿te corretearon?.
En pocas palabras le narré el suceso. El me ofreció una copa de infusión de yerbas, para curarme el susto; cosa que le agradecí diciéndole que yo no bebía aguardiente; entonces pidió a una de las mujeres de su casa, me diera un trozo de panela, pues según ellos es conveniente comer algo dulce cuando se asusta uno. Mientras deshacía yo en la boca el pedacillo de panela, don Porfirio me contaba que a otras personas, anteriormente, les había sucedido lo mismo que a mí en ese lugar, en el cual, según sabía, existían duendecillos traviesos; aconsejándome que si me volvía a suceder otra caso igual, que tratara de sobreponerme con todas mis fuerzas; que no me dejara vencer por el miedo, porque a quien se acobarda le va peor.
Comente el hecho con personas del rancho en el que trabajaba yo, quienes dijeron que en cierta ocasión, a eso de las dos de la madrugada, después de haber asistido a un baile, cuatro jóvenes al pasar por el lugar, ya de regreso a sus casas, escucharon detrás de ellos el galope de caballos que se les acercaban. Con sus brazos extendidos, se empujaron unos a otros hacia el acantilado para dejar el paso libre a los supuestos caballos. Al notar que estos no pasaban, y que el ruido producido por sus patas persistía intentaron alumbrarlos con sus linternas de pilas, pero ninguna linterna funcionó.
En medio de la oscuridad intensa quedaron inmóviles esperando terminara pronto su pesadilla, cuando de repente un fuerte viento los lanzó dispersándolos, habiendo quedando uno de ellos ene le fondo de una zanja a varios metros de distancia del lugar, por lo que a sus compañeros les fue difícil encontrarlo, pues no contestaba a sus llamados por haber quedado inconsciente.
Me he negado a creer en ese y otros hechos misteriosos; motivo por el que dudaba si escribiría o no sobre ese acontecimiento, porque podría pensarse que era yo víctima del efecto de alguna droga; pero debo decir que no he aclarado aún mis dudas sobre ese misterioso suceso.
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