17 de marzo de 2010

Charlas con Kabbik

Toda semilla alimenticia tiene,
detrás de sí,
una cultura que la define como tal.
Kabbik


La variabilidad climática y el riesgo de la biodiversidad alimentaria III
Sergio Madrigal

Con gusto, en esta ocasión, cedo mi espacio para dar paso a este artículo de Eckart Boege, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia en Veracruz, el cual apareció en la edición del 9 de octubre de 2009 de “La Jornada del Campo”…espero sea de utilidad para todos ustedes.

El maíz, regalo de mesoamérica al mundo
México y Centroamérica le han regalado a la humanidad 15.5% del germoplasma que se utiliza en el sistema alimentario global, y es el maíz el más importante por su enorme versatilidad en usos. Este reservorio genético único está vivo y ha sido adaptado y transformado constante e ininterrumpidamente durante 350 generaciones, por miles de campesinos, indígenas en particular.
En paralelo al cultivo del maíz de la agricultura industrial, la mayoría de los campesinos mexicanos siembra maíz indígena o nativo y varios en policultivo, en lo que genéricamente se llama milpa, conservando y desarrollando los recursos fitogenéticos originales.
La milpa es un conjunto de sistemas intensivos y semintensivos desarrollados sobre todo en las peores tierras, y los recursos fitogenéticos abarcan, según zonas y agroecosistemas, distintas razas y sus variedades de maíces, frijoles, calabazas, chiles, jitomates, tomates, quelites, quintoniles, huauzontles, epazote, acuyo, chayotes, chipile, verdolagas, amaranto, camotes, girasoles, chía, agaves, nopales, aguacates, algodón, frutas tanto tropicales y de áreas templadas, etcétera. Pero con el marco legal nuevo –la Ley de Bioseguridad y la Ley de Semillas–, que fue cabildeado por las trasnacionales, las semillas nativas entran en riesgo de desaparición, lo cual es equiparable a la extinción de especies y ecosistemas. La primera ley remite sus salvaguardas a un reglamento aún no aprobado, y la segunda criminaliza a los productores que intercambien simiente afuera de los procesos de certificación de origen.

Control de multinacionales y prácticas campesinas híbridas.

Del total de semillas mejoradas disponibles en México para cultivo comercial, 92% es de privados, principalmente trasnacionales; 5% corresponde a pequeñas compañías, y sólo 3% es de variedades del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), de alta calidad y libre acceso. El control de las semillas significa un negocio millonario, cuando debiera ser un bien público.
Las semillas de trasnacionales son de acceso restringido y con propiedad intelectual, y las nativas son de acceso abierto. Si se eliminan las nativas, las trasnacionales controlarían todo el mercado de recursos fitogenéticos en que se basa la alimentación mexicana. Los maíces nativos están en su mayoría en las comunidades indígenas que cultivan unos 2 millones 863 mil 500 hectáreas, esto es, 11% de su territorio. De ellas, 2 millones 500 mil son de temporal y en su conjunto 43% son laderas de más de 10% de inclinación. Estos maíces se encuentran en parte en los acervos de conservación ex situ. Sin embargo, es necesario que haya un ir y venir entre la conservación ex situ e in situ (en campo), y reponer aquello que se esté perdiendo en las comunidades.
No hay evaluaciones recientes del impacto de las políticas de globalización sobre la extensión de tierras en que se siembran las distintas variedades. Pero estudios puntuales revelan pérdidas importantes de germoplasma, agroecosistemas y procesos intelectuales que sostienen la agricultura campesina.
En día ocurre una hibridización de prácticas en donde parte de la agricultura indígena utiliza elementos de la industrial (fertilizantes, semillas mejoradas, plaguicidas, mecanización profunda). Estas especies domesticadas han devenido variedades; los campesinos van sometiendo la milpa a las presiones evolutivas de un medio ambiente cambiante y megadiverso, y a las preferencias culturales.

Producir más con semillas propias.

La agricultura bimodal, industrial y tradicional, exige un tratamiento no sólo en favor de la primera. México no es Estados Unidos ni Canadá, sino uno de los centros de origen y diversificación vivos más importantes del mundo. La mayoría de los recursos fitogenéticos domesticados es patrimonio de los pueblos indígenas, pero eso no lo reconoce la Constitución, y las leyes están favoreciendo a las trasnacionales. El tema es relevante, pues estamos en la encrucijada de definir estrategias para triplicar la producción para el año 2050.
La nación mexicana debe decidir si va a utilizar la otra tecnología (una biotecnología suave no transgénica) para generar 500 variedades adaptadas inclusive a los cambios climáticos, a partir del acervo genético vivo, único en el mundo, que no tiene precio, o ser presa de la erosión genética promovida por la comercialización de las trasnacionales, o bien el abandono inducido o no de las razas o variedades indígenas.
Debemos fortalecer el trabajo de las instituciones públicas de investigación a partir del acervo genético. Pero la tarea no es sólo de ellas. Es necesario un nuevo modelo de desarrollo del agro con amplia participación de los fitomejoradores(as) indígenas. Impulsar una política agresiva de conservación y mejoramiento in situ, además de introducir en las reformas del Estado y de la Constitución el reconocimiento de los derechos biológicos colectivos y de su custodia.

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