17 de febrero de 2012

DETALLES CHUSCOS DE UN VIAJE

TOMADO DEL LIBRO “MIS RECUERDOS”, ESCRITO POR EL PROFR. RAFAEL MARTÍNEZ MORALES DE IXHUACÁN DE LOS REYES, SE REPRODUCEN A CONTINUACIÓN LAS PÁG. 119 Y 120.

Allá por al año 1959, fui invitado por parte del municipio de Ixhuacán, a un viaje cuyo fin sería medir un terreno para deslindar y resolver problemas de herencia entre sus dueños.

Como el viaje se haría cabalgando, no tuvieron que rogarme, pues montar a caballo siempre ha sido de mi agrado.

Formábamos el grupo: el secretario del ayuntamiento, un ingeniero (topógrafo), un abogado, un policía, varios acompañantes más y yo.

Era el mes de junio. Salimos del pueblo un viernes por la tarde.

Con excepción del tío Alfonso, los demás íbamos en caballos; a él le tocó cabalgar sobre una mula grande y fuerte, por lo que se me ocurrió decir: “Nadie viajará más seguro que el tío Alfonso”. “Tienes razón” dijeron los demás.

El terreno que se mediría, se encontraba en un lugar llamado: “Los Laureles”, a poco más de dos horas de camino, y para llegar a él había que transitar por lomas, cañadas, y laderas.

Cruzábamos una de las partes más elevadas, en los momentos en que una nube grande y negra obscureció el cielo. Un trueno nos sorprendió al caer un rayo cerca de nosotros; inmediatamente se abrieron las compuertas, y comenzó a llover como suele llover por esos rumbos.

Tan rápido como nos fue posible, desatamos los tientos que sostenían las mangas de hule para cubrirnos con ellas, pero ya nos habían caído numerosas y gruesas gotas en la espalda.

En pocos minutos esos caminos inclinados se convirtieron en ríos amarillentos, porque el agua arrastraba el barro suelto que encontraba a su paso.

Por fin, después de haber dejado nuestros cansados rocinantes bajo el techo de un galerón, llegamos casi al obscurecer, y bajo la implacable lluvia, a la casa en la que nos esperaban.

El interesado nos había dicho que nos recibirían con una sabrosa barbacoa de borrego. Dicha barbacoa jamás apareció. Sí, una cena con salsa con huevo, frijoles y tortillas calientes, que las sufridas mujeres hicieron en esos momentos, cociéndolas sobre la lumbre que despedía mucho humo porque la leña estaba mojada.

Pasamos la larga noche reclinados sobre tablas y rascándolos, porque en esas tablas había pulgas que querían cenar a costillas nuestras.

Por fin apareció la aurora y poco después los primeros rayos de sol.

Temprano salimos de allí dispuestos a cumplir con el trabajo encomendado. Íbamos ya rumbo al terreno que habría de medirse, cuando la mula grande y fuerte en la que iba el tío Alfonso, se negó a seguir caminando y se tiró al suelo. Alguien me dijo entonces: “¿Qué dices ahora Rafael, sigues pensando que tu tío Alfonso viaja con más seguridad que nosotros?”. “Reconozco queme equivoqué, pero ustedes también al haber afirmado lo que dije”, les contesté.

Para que la mula se levantara le tiraron del cabestro, le tiraron de la cola, le tiraron de las orejas, le dijeron brillantes frases alvaradeñas, le llamaron hasta por su nombre, pero todo era en vano, la mula no se movía.

Finalmente alguien tomó su pistola e hizo varios disparos cerca de las orejas del animal, y fue entonces cuando la mula se levantó y empezó a caminar tranquilamente.

Después de haber cumplido con el trabajo, caminando ya de regreso rumbo al pueblo, sucedió que por la mojada del día anterior y por no haber dormido durante la noche, al secretario le bajó la presión arterial de tal manera, que nos vimos en la necesidad de llevarlo a su casa cargándolo en una camilla improvisada.

El abogado, el policía, y otro más del grupo, por coincidencia, tenían los tres por apodo: ”el diablo”. Al habernos turnado para cargar al secretario, éste, estando ya en su casa abrió los ojos, nos miró y dando muestra de su buen humor a pesar de su delicada situación, dijo: ”con razón…” y habiéndose quedado en suspenso, alguien le preguntó: “¿con razón qué, señor secretario?” a lo que él contestó: “Con razón estaba soñando que me cargaban los diablos, y que me faltaba poco para llegar al maldito infierno”.

El topógrafo y el policía no eran originarios de Ixhuacán, por lo que no sé si aún vivan. Todos los demás han muerto; solamente yo he quedado para contarles esta divertida historia.

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