31 de agosto de 2010

LA SARTÉN POR EL MANGO

Por: Verónica Carrillo Curi

SUPER ENGÓRDAME

¡Qué tal el título! No es de mi invención, pero me pareció una simpática forma de tratar el tema de la comida chatarra. Les voy a compartir sobre un documental que valdría la pena que vieran, aprovechando que necesitamos inspirarnos para participar en el Concurso de la Canción de Radio Teocelo.

SUPER SIZE ME es un documental ganador del premio a la mejor dirección en el Sundance Film Festival de 2003. El trabajo de Morgan Spurlock inflige un golpe a McDonalds, la mayor empresa de alimentos en EU. Durante los noventa minutos de la película seguimos a su director por todo un mes mientras consume una dieta que proviene sólo de productos McDonalds.

Su intención es estudiar el impacto que dichos “alimentos” podrían causar en la salud, demostrándolo a través de rigurosos exámenes y evaluaciones médicas. Spurlock afirma que la idea surge como un desafío a la falsa información difundida por McDonalds, que reclama un contenido saludable en sus productos.

El primer establecimiento de McDonalds fue abierto en Des Plaines, Illinois en 1955. Hoy, más de 30,000 franquicias alrededor del mundo, sirven a 50 millones de personas diariamente. La hamburguesa es un plato atractivo debido a la rapidez y comodidad de su preparación y al agrado que produce en el paladar resultado de la manipulación química de la carne, y sobre todo es atractiva porque es comida barata, rápida y llenadora.

El origen de las hamburguesas tiene poco que ver con lo gringo: la idea de preparar la carne en esa forma proviene de Turquía y luego de Hamburgo, Alemania; los pepinillos agrios, por siglos, han sido tradición de los hogares de Europa Oriental; la catsup proviene de una salsa china llamada Ket-tsiap, y aparece en los libros de cocina de EU hasta el 1792; la mayonesa es originaria de la isla española de Menorca; el pan y las semillas de ajonjolí son originarios del Medio Oriente e Inglaterra.

A pesar de esto, nadie duda de que las hamburguesas en Norteamérica son ícono de la cultura de lo rápido y exagerado, características esenciales del fenómeno fast food (comida rápida).

La importancia de SUPER SIZE ME radica en la denuncia del aparato propagandístico de las cadenas alimenticias. Éstas invierten miles de millones de dólares al año en comerciales de desinformación que son dirigidos a los niños. Este despliegue propagandístico bordea lo aberrante: 1,300 millones de dólares al año invertidos en comerciales que influyen perniciosamente en el 70% de los niños entre los 6 y 8 años de edad...
En el documental, su director Spurlock intercambia ritmos pop, conversaciones con sus médicos y el repetido consumo de hamburguesas, dejando al espectador con una nauseabunda sensación de rechazo.

McDonalds respondió al filme con diversas estrategias del poder de las relaciones públicas: justo antes de su exhibición en EU, la empresa anunció la desaparición de la popular oferta de super-sizing (una porción de bebida y comida capaz de alimentar a tres personas). Se desató además una guerra de medios reflejada en notas de prensa e Internet provenientes de supuestas organizaciones independientes: The American Council on Science and Health, PRwatch.org y Tech Central Station…Estas instituciones se autodefinieron defensoras de la libertad del consumidor (a comer basura) y del derecho de las corporaciones (a engañar y ganar dinero), ello sin dar a conocer públicamente que los fondos que las sostienen provienen de contribuciones de Hershey, Coca Cola, General Motors, Exxon, Frito-Lay, Burguer King, y otros amigos de McDonalds. La justificación dada por estos grupos a las irresponsables estrategias de las compañías alimenticias, es que los consumidores tenemos la opción de elegir las comidas.

Sostener esta postura es una falsedad en una sociedad donde es más barato comprar comida mala que saludable y sobre todo en una cultura que nos programa al consumo alimenticio fuera del hogar y donde cada niño ve en televisión un promedio de 10,000 comerciales alimenticios por año. En este contexto, es una falacia adjudicar derechos y elecciones individuales a los patrones dietéticos imperantes. En el mismo año en que McDonalds gastó $500 millones de dólares en su campaña “We love to see you smile” (Amamos verte sonreír), el gobierno gringo invirtió $2 millones en educación sobre nutrición. En resumen: es la industria quien crea la demanda y no viceversa, es el gobierno, al tomar una posición defensora de los intereses corporativos y no los de la salud de sus ciudadanos, quien inclina la balanza hacia el consumo.

La película toca puntos que pone muy nerviosos y con los “pelos de punta” a las mega-corporaciones, que, atemorizadas por una peliculita de $65 mil dólares, invierten millones en contra-propaganda, a fin de no perder unos cuantos consumidores que renieguen la suculenta dieta encontrada en el menú de su McDonalds favorito.

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