TOMADO DEL LIBRO “MIS RECUERDOS”, ESCRITO POR EL PROFR. RAFAEL MARTÍNEZ MORALES, DE IXHUACÁN DE LOS REYES. SE REPRODUCE A CONTINUACIÓN LA PÁG. 139.
¿Por qué ese título? Porque así le llamábamos al abuelo Ambrosio “papá Bocho”.
Su solar colinda con el norte con un riachuelo, en cuyas márgenes existen rocas como oquedades que han sido guarias de tlacuaches y comadrejas y, al abrigo de las ramas de sus arbustos, algunos nidos de colibríes y de otros pajarillos; solar que despedía olor a tierra cuando le pasaban el azadón o el arado.
Al llegar la primavera, apenas se marcaban los surcos con las plantas del maíz que días antes habían brotado de la tierra como agujas. Más tarde olía a milpa en crecimiento, a “miahuatl”, a rábanos, a cilantro, a tomates de cáscara y a flor de chirimoyo. Además se adornaba con el bellísimo pelo de los jilotes que parecían muñecas.
En el verano nos proporcionaba elotes, que comíamos asados, hervidos o en chileatole con queso; también aguacates de cáscara negra o verde; ambos de calidad y sabor inigualables.
Y qué decir de los duraznos: blanco, amarillo, de hueso colorado y de los “priscos” que parecían chabacanos. Árboles todos, que colocados en surcos, eran visitados a diario por nosotros, los chiquillos de entonces.
En otoño, después de cosechar el maíz, sus “cañas” picadas volvían a la tierra de donde habían nacido. Quedaba el campo raso, cuya superficie se cubría con la “yerba del ángel”, con el color blanco y amarillo de las flores del mozote y del jaramago.
Aquel campo raso nos permitía escuchar la música de la naturaleza, cuyas notas brotaban del murmullo del arroyo, del trino de uno que otro pájaro, y del canto de las ranas.
De la misma manera en que una flor se marchita cuando le falta al agua, así ha quedado esa tierra, triste, huérfana, abandonada, casi muerta, porque le faltan las atenciones y el cariño de su dueño, el viejo Ambrosio.
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