6 de marzo de 2009

Editorial

Poner Límites

Las televisoras descargaron sus baterías contra los consejeros del Instituto Federal Electoral por su intención de ganar más de 325 mil pesos mensuales.

Se desquitaron así los dueños de la televisión mexicana –Azcárraga y Salinas Pliego-, de haberles quitado el jugoso y perverso negocio del dinero de las campañas y la guerra sucia en las pantallas, que ellos permitían y jamás cuestionaban.

De cualquier manera, nos sirve el escándalo que estos riquísimos empresarios de la radio y la televisión provocaron, para destapar otras coladeras de la vida pública mexicana.

Por ejemplo, no se están cuestionando códigos, leyes ni reglamentos que aún permiten que los servidores públicos de cualquier nivel se despachen con la cuchara grande, para hacer fortuna al amparo del poder. Como sociedad les hemos permitido todo.

Basta ver la facilidad con que nuestros alcaldes, síndicos y regidores se ponen de acuerdo –a pesar de supuestas diferencias políticas- a la hora de asignarse inmerecidos sueldos y compensaciones, para imaginarnos lo que pasa en los otros dos niveles de gobierno.

Presidentes de la república y gobernadores no han tenido límites y por ello no han tenido madre para ganar lo que han querido y para robar lo que les hemos permitido.

Nuestra apatía es el escenario ideal para que cada tres o cada seis años, ellos como actores de distinto color partidario nos repitan las mismas escenas de corrupción, simulación e impunidad. Y, el colmo, hasta les aplaudimos.

Como ciudadanos no podemos seguir en calidad de simples espectadores, pues si sólo contenemos la rabia, corremos el riesgo de castrar nuestro derecho a darles un futuro mejor, más justo y digno, a los que vienen detrás.

Es un hecho que desde el presidente Calderón, hasta el más humilde de los alcaldes, todos los que se dicen nuestros servidores públicos tienen la manga ancha para echar mano de los dineros del pueblo; ni qué decir del gobernador y su gabinete fiel o de los diputados locales y magistrados del poder judicial, pues todos comen con manteca y dejan su cargo ya convertidos en dueños de mansiones, cuentas bancarias, inversiones, pensiones y demás beneficios que les deja el “servicio público”.

Caso especial representan los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, los senadores de la república y los diputados federales, que el ciudadano común percibe como figuras muy alejadas de su vida cotidiana y no enganchadas al acontecer local y regional. Es ahí donde también los ciudadanos dejamos de hacernos oír y sentir y es en esos espacios donde los ciudadanos debemos poner contrapesos y límites.

Pronto veremos si la ciudadanía quiere más de lo mismo o si la indignación que les provocan los escandalosos sueldos de los servidores públicos los hace anular o condicionar su voto o si incluso dejarán de participar en elecciones próximas. Veremos pronto qué marca el termómetro de la política.

En cualquier caso, no debemos permitir que coyotes de la política –de quienes conocemos sus mañas-, aprovechen la temporada para lucirse al lado de quienes hoy llegan a la comunidad como mansas ovejas pero que tal vez mañana alzarán la mano para aprobar medidas que desangren nuestra economía familiar o incluso para asegurarse altísimos sueldos, viáticos y compensaciones, pues esa vieja película ya la conocemos. Es hora de poner límites.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Suena tan utópico... La ola de desesperanza que nos invade a jóvenes y viejos nos encierra en una especie de traje muy pesado, muy ajustado, del cual es difícil salir. Muchas personas ya se han resignado, quizá por aquéllo de vivir en un modorro comfort, quién sabe. Hacen falta líderes, gente con agallas, hace falta educación, cultura. Por eso aplaudo espacios como este, en donde se vuelve a creer en que el idealismo no ha muerto.

Si es cierto aquéllo de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, espero que nuestro pueblo (el verdadero) por fin crea que merece lo que sueña y luche por conseguirlo.

Saludos!