Como habitantes de esta zona centro de Veracruz poco o nada podremos hacer para impedir los grandes desastres naturales que se producen del otro lado del mundo, pero mucho es lo que sí podemos emprender para hacer más habitable el lugar donde nos toca vivir.
En otras palabras, si el cambio climático es un problema global, las soluciones comienzan en el ámbito local. Ahí donde cada uno de nosotros puede hacer algo en lo personal, en lo familiar y en lo comunitario, para evitar mayores daños al medio ambiente.
La cantidad y calidad del agua que bebemos, el aire que respiramos, el uso racional de los recursos naturales y en general todo lo que ayude a preservar un clima más agradable para nuestros hijos y nietos, es tarea de todos. De los gobiernos, las empresas, las instituciones y los ciudadanos.
Aunque todavía podemos presumir que la nuestra es una tierra prodigiosa y que vivimos en una región privilegiada, con unos 200 días de lluvia al año, en medio de verdes y frescos paisajes, poco a poco ese tesoro común lo estamos perdiendo a consecuencia de que no todos hacen su parte.
Las altísimas temperaturas de los últimos días –que superaron los 34 grados- son un primer aviso de que los ecosistemas se vienen alterado por la falta de una planeación estratégica desde los tres niveles de gobierno; la ausencia de reglamentos severos que castiguen los abusos; la corrupción entre fraccionadores y autoridades; la ausencia de una educación y una cultura ambientales en la mayoría de los ciudadanos; los privilegios para las medianas y grandes empresas que nos ensucian el aire y el agua o que arrasan impunemente nuestros bosques.
Afortunadamente, cada vez hay más personas interesadas en hacer algo en su calle, barrio, colonia, congregación o cabecera municipal. Se trata de ciudadanos conscientes de su corresponsabilidad, que se organizan y se movilizan para impedir mayores afectaciones a ríos, bosques, sembradíos y cafetales. Gente sencilla que se opone a la ambición de los depredadores y a quienes lucran con la tierra. Personas que no se oponen al desarrollo, siempre y cuando no sea a un altísimo costo ambiental.
En este marco, dos sucesos saltan a la vista como contrasentidos a la razón : el hostigamiento que abogados a sueldo de la rica familia de los Fernández, de Xalapa, están emprendiendo contra ambientalistas que se oponen a nuevos fraccionamientos en lo que hace 30 años todavía eran fincas de café, el predio La Joyita, donde se quiere establecer un megacentrocomercial, al estilo gringo, lo que elevaría aún más las temperaturas y acabaría impunemente y para siempre con ecosistemas irrecuperables, sólo por la voracidad de los dueños de la tierra, que lucran con ella hace 25 años.
El otro caso es todavía más preocupante: en Apazapan se acaba de colocar la primera piedra de lo que será una gigantesca cementera, propiedad de capitales nacionales y extranjeros que, en combinación con los gobiernos federal, estatal y municipal, se alían para explotar y comercializar reservas naturales compradas a precio de risa, con el espejismos de ofrecer empleos y nuevas rutas al turismo en esa zona. Pero sin decir una palabra del alto costo ambiental que dejará la poderosa empresa, una vez saciada su sed de ganancias.
La crisis por el agua en Cosautlán, el consumo de agua de pésima calidad en Teocelo, los conflictos intermunicipales en puerta por el vital líquido entre Xalapa y Coatepec y el lucro despiadado de las embotelladoras locales y foráneas, que la encarecen cada vez más, pronostican conflictos en el corto plazo que pueden llevar a casos de ingobernabilidad.
Desafortunadamente, los gobiernos están del lado de los depredadores y las dependencias del ramo ambiental sólo simulan, sacan tajada económica o de plano se corrompen para permitir daños ambientales o saqueo de recursos naturales o especies.
Somos los ciudadanos los que estamos llamados a actuar como fiscalizadores y contralores de esta riqueza natural, para impedir más alteración de nuestro entorno. Y también para obligar a los servidores públicos a ver por el interés público, no por lo que digan o manden los ricos empresarios o encumbrados gobernantes con aspiraciones presidenciales.
No menos importante será, promocionar el uso responsable del agua, evitar el consumo irresponsable de plásticos y latas, separar la basura, aprender lombri-cultura, producir productos orgánicos, confinar pilas y productos tóxicos, y hasta cambiar nuestras costumbres sobre el daño notable que ocasionan los casi 100 arcos florales que cada año hacemos en la región para celebrar a nuestros santos patronos.
Ante esta panorámica, queda claro que si los gobiernos no nos representan y no defienden nuestros derechos, somos los ciudadanos los que tenemos que ponernos las pilas para funcionar de acuerdo al interés general.
En otras palabras, si el cambio climático es un problema global, las soluciones comienzan en el ámbito local. Ahí donde cada uno de nosotros puede hacer algo en lo personal, en lo familiar y en lo comunitario, para evitar mayores daños al medio ambiente.
La cantidad y calidad del agua que bebemos, el aire que respiramos, el uso racional de los recursos naturales y en general todo lo que ayude a preservar un clima más agradable para nuestros hijos y nietos, es tarea de todos. De los gobiernos, las empresas, las instituciones y los ciudadanos.
Aunque todavía podemos presumir que la nuestra es una tierra prodigiosa y que vivimos en una región privilegiada, con unos 200 días de lluvia al año, en medio de verdes y frescos paisajes, poco a poco ese tesoro común lo estamos perdiendo a consecuencia de que no todos hacen su parte.
Las altísimas temperaturas de los últimos días –que superaron los 34 grados- son un primer aviso de que los ecosistemas se vienen alterado por la falta de una planeación estratégica desde los tres niveles de gobierno; la ausencia de reglamentos severos que castiguen los abusos; la corrupción entre fraccionadores y autoridades; la ausencia de una educación y una cultura ambientales en la mayoría de los ciudadanos; los privilegios para las medianas y grandes empresas que nos ensucian el aire y el agua o que arrasan impunemente nuestros bosques.
Afortunadamente, cada vez hay más personas interesadas en hacer algo en su calle, barrio, colonia, congregación o cabecera municipal. Se trata de ciudadanos conscientes de su corresponsabilidad, que se organizan y se movilizan para impedir mayores afectaciones a ríos, bosques, sembradíos y cafetales. Gente sencilla que se opone a la ambición de los depredadores y a quienes lucran con la tierra. Personas que no se oponen al desarrollo, siempre y cuando no sea a un altísimo costo ambiental.
En este marco, dos sucesos saltan a la vista como contrasentidos a la razón : el hostigamiento que abogados a sueldo de la rica familia de los Fernández, de Xalapa, están emprendiendo contra ambientalistas que se oponen a nuevos fraccionamientos en lo que hace 30 años todavía eran fincas de café, el predio La Joyita, donde se quiere establecer un megacentrocomercial, al estilo gringo, lo que elevaría aún más las temperaturas y acabaría impunemente y para siempre con ecosistemas irrecuperables, sólo por la voracidad de los dueños de la tierra, que lucran con ella hace 25 años.
El otro caso es todavía más preocupante: en Apazapan se acaba de colocar la primera piedra de lo que será una gigantesca cementera, propiedad de capitales nacionales y extranjeros que, en combinación con los gobiernos federal, estatal y municipal, se alían para explotar y comercializar reservas naturales compradas a precio de risa, con el espejismos de ofrecer empleos y nuevas rutas al turismo en esa zona. Pero sin decir una palabra del alto costo ambiental que dejará la poderosa empresa, una vez saciada su sed de ganancias.
La crisis por el agua en Cosautlán, el consumo de agua de pésima calidad en Teocelo, los conflictos intermunicipales en puerta por el vital líquido entre Xalapa y Coatepec y el lucro despiadado de las embotelladoras locales y foráneas, que la encarecen cada vez más, pronostican conflictos en el corto plazo que pueden llevar a casos de ingobernabilidad.
Desafortunadamente, los gobiernos están del lado de los depredadores y las dependencias del ramo ambiental sólo simulan, sacan tajada económica o de plano se corrompen para permitir daños ambientales o saqueo de recursos naturales o especies.
Somos los ciudadanos los que estamos llamados a actuar como fiscalizadores y contralores de esta riqueza natural, para impedir más alteración de nuestro entorno. Y también para obligar a los servidores públicos a ver por el interés público, no por lo que digan o manden los ricos empresarios o encumbrados gobernantes con aspiraciones presidenciales.
No menos importante será, promocionar el uso responsable del agua, evitar el consumo irresponsable de plásticos y latas, separar la basura, aprender lombri-cultura, producir productos orgánicos, confinar pilas y productos tóxicos, y hasta cambiar nuestras costumbres sobre el daño notable que ocasionan los casi 100 arcos florales que cada año hacemos en la región para celebrar a nuestros santos patronos.
Ante esta panorámica, queda claro que si los gobiernos no nos representan y no defienden nuestros derechos, somos los ciudadanos los que tenemos que ponernos las pilas para funcionar de acuerdo al interés general.
1 comentario:
Ojala que todos realmente hagamos un poco de consiencia con el daño que le estamos haciendo a nuestra tierra, me he topado con muchas personas que justifican el uso de el unicel por ejemplo, o el uso del auto hasta para ir a comprar tortillas, somos tan egoistas los seres humanos que no pensamos en el daño que estamos ocasionando, la explosion demografica tambien se ha vuelto un problema...muchas cosas estan pasando y de verdad, ojala que hagamos un poco de consiencia y actuemos.
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