2 de octubre de 2008

Editorial

Hijos del 68
Hace 40 años un grupo de valientes mexicanos dejaron de ser ciegos, sordos y mudos y enfrentaron al régimen autoritario de Gustavo Díaz Ordaz. Desde entonces, el 2 de octubre no se olvida. La masacre de Tlatelolco comenzó a enterrar al viejo régimen.
Aunque la chispa de este movimiento surgió en escuelas y facultades de la Universidad Nacional Autónoma de México y del Instituto Politécnico Nacional, el México de esa época reunía ya las condiciones para una explosión social.

Eran los tiempos del partido único, el PRI, que quitaba y ponía alcaldes, gobernadores, diputados y senadores, donde la figura presidencial era intocable, como lo era también el ejército.

Las instituciones de entonces, la familia misma, la política educativa y el papel de los medios de comunicación e incluso de la jerarquía católica, reproducían el verticalismo del sistema político mexicano, imponiendo censura y una sola forma de pensar.

En el campo se presentaban los estragos del llamado Milagro Mexicano, antecedente de la ruina de campesinos y colapso de la producción de alimentos, que acentuarían el éxodo hacia los Estados Unidos.

Médicos y ferrocarrileros, lo mismo que maestros y burócratas, también intentaban romper los controles que el PRI imponía a través de sus tres centrales: la CTM, la CNC y la CNOP, los sectores obrero, campesino y popular.

En el México de los años 60’s no había ni las condiciones ni los espacios para ejercer la libertad de expresión a plenitud, como lo establece el Artículo 7 de la Carta Magna.
Por eso, quienes hace 40 años fueron exhibidos por la autoridad y los medios como anti-mexicanos, al oponerse a la represión de soldados y granaderos, incluso pagando con sus vidas, deben ser reconocidos como héroes nacionales. Debe reclamarse un sitio digno para ellos en los libros oficiales de historia, pero sobre todo su ejemplo debe grabarse en la conciencia nacional.

Gracias a la rebeldía de los estudiantes, que ganaron las calles y la admiración de una sociedad mentalmente programada para celebrar Las Olimpiadas, cuyo movimiento tuvo resonancia en capitales y plazas públicas (en coincidencia con otros movimientos sociales del mundo), los mexicanos de hoy ganamos libertades y derechos.

Si bien no hay culpables purgando una condena en la cárcel, el pueblo de México ya juzgó a los responsables y a las instituciones. Se trató de un crimen de Estado, avalado por medios de comunicación, condenando a ciudadanos de pensamiento libre que se adelantaron a su época.

El gobierno de Díaz Ordaz reconoció únicamente 35 muertos. Organismos internacionales documentaron 200. Muy probablemente fueron muchos más, pero uno que hubiera sido, revela la falta de apertura y tolerancia que había en el México de hace 40 años.

La generación conocida como Los hijos del 68 tiene aún mucho que dar para no permitir que otro régimen autoritario se instale en el México de hoy y de mañana.
La principal enseñanza de los acontecimientos de México 68 es que el uso de la fuerza no podrá gobernar jamás a mexicanos libres , se requiere de nuevos ideales para convencer y para vencer.

Aliados al poder de entonces, los medios de hoy siguen formando parte de las estructuras de poder. Ayer ocultaron la verdad. Hoy maquillan la realidad. La historia también los juzgará.

Queda sin embargo la generación de los hijos de los hijos del 68, que –como hace 40 años- prefieren pasar por locos, que correr el riesgo de ser tomados por tontos.

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