1 de septiembre de 2012

EL ROPERO DE LA TÍA RICARDA



(CÓMO CONOCÍ A RUBÉN DARIO)

 José A. Vicuña



Como todas las historias o todos los relatos, aunque siento que es una cursilería empezaré diciendo, hace algunos años, no digo cuantos porque a transcurrido muy poco tiempo, me encontraba cursando el primer año de la educación primaria o elemental, si es que se le puede llamar educación; al término de las clases, afortunadamente a las 12 horas o medio día y no seguir soportando la monótonia del aula escolar, me dirigía, casi  siempre a la casa de la tía Ricarda, una tía bisabuela y tía directa de mi abuelo materno; la tía Ricarda fue hermana de mi bisabuelo Arnulfo Sánchez García. La tía Ricarda era una mujer elegante, fina y muy pero muy especial en su trato con los demás, sobre todo para con cierta gente del pueblo que siempre le pareció ordinaria, simple, advenediza y convenenciera.

Recuerdo muy bien a la tía con su cabello blanco platinado, recogido en un pequeño chongo (creo que así se le llama), un camafeo dorado y toda una joyería de 24 quilates, desde aretes, collar, pulsera, prendedores y broches, con blusa de encaje blanco de Brujas (Bélgica), de cuerpo alto que le iba muy bien con su figura espigada, un mantón o chalina de Manila y una falda oscura de casimir inglés cayéndole muy bien en su talle, y aunque ya estaba avanzada en edad, era una mujer con enorme personalidad.

La tía Ricarda siempre fue un personaje rodeada de misterio pero muy interesante, acostumbrada a vivir bien, perteneciente a una clase media alta acomodada del pueblo; ¿qué puedo decir de la casa donde vivía?, si hoy la habito por temporadas, una hermosa casa castellana, de amplios corredores enclaustrando el patio central tapiado de una variedad de árboles frutales, aleros de teja roja que se inclinan en dirección al centro del patio; y como en algún artículo periodístico de mi amigo el antropólogo Roberto Wiliams (Q.E.P.D.) es una casa a la altura de la poesía de Darío, en un ambiente sublime, cálido por toda la buena energía que ahí se respira.


Un buen día después de salir del colegio,  me dirigí a la casa de la tía, siempre fue amable y generosa conmigo, en esa ocasión me dijo que quería que conociera a un gran personaje que llego a su casa años atrás para ser preciso el 10 de septiembre de 1910; en un enorme ropero de cedro, que desde mi pequeña estatura lo veía como un enorme edificio de varios pisos, coronado por una especie de frontis a manera de celosía; el ropero se encontraba en su alcoba, ella además era demasiado celosa para dar a conocer sus pequeños y grandes recuerdos y sobretodo que osara uno invadir sus espacios como lo era su alcoba impenetrable a manera de un bunker; de pronto de una pequeña bolsa secreta a la altura de su cintura extrajo un puñado de llaves y una de ellas correspondía a la chapa o picaporte de la hoja derecha del enorme ropero, quede atónito al ver abiertas de par en par las gigantescas hojas de madera que parecía un portón de entrada que me conducía a una tierra de fantasía, en los diferentes niveles se encontraban una serie de objetos artísticos, documentos, papelería en general, accesorios de ropa fina de seda de Damasco; pero sobretodo antiguas fotografías en color sepia; antes de mostrarme estas últimas, me lanzo una pregunta como un dardo metálico disparado al centro de mi pecho ¿sabes quién es Rubén Darío?, titubeante contesté que no; quiero recordar que solo contaba yo con 7 años de edad, aunque esto no es una excusa para no saberlo, ¡claro que lo debía yo saber!; sobre todo porque estuvo en casa, en esa casa donde yo viví hasta los 5 años de edad y después de eso regresaba con bastante regularidad y si hubiese sido futurólogo debería saber que años más tarde regresaría a ocupar dicha casa o casona como suelen llamar los vecinos a las casas amplias del pasado. De pronto me muestra una a una las fotos, fueron varias, no recuerdo con precisión, hoy solo conservo 4, que son las que heredé, la primera que me muestra es la llegada del personaje a bordo del tren “El Piojito” a la vieja estación del ferrocarril (de Jalapa Raild Road and Power Corporation) en ella se puede ver en la parte central al poeta con su impecable traje gris y su sombrero carrete, al que por cierto  conservo, ya que fue un regalo del poeta para mi tío bisabuelo y a quien se debe la visita a nuestra casa y pueblo, suceso que detallaré más adelante.

En la fotografía se puede distinguir a mi tatarabuelo José María Sánchez García, padre de la tía, a mi tío bisabuelo Filiberto Sánchez García, hermano de la tía, a Manuel y Felipe, hermanos de mi tatarabuela  a don Raúl Martínez Oelkers, que representaba a su padre Juan Martínez que se encontraba indispuesto según me lo dijo el propio señor Martínez Oelkers hace varios años alguna vez siendo yo pequeño y el amablemente me invitó a jugarle una partida de ajedrez en su casa de la esquina de Independencia Oriente con 20 de Noviembre.

La segunda fotografía muestra al poeta rodeado de varios niños de las 2 escuelas de la localidad, la Salvador Díaz Mirón, para niñas y la Benito Juárez para niños, esta última no tiene nada que ver con la actual escuela de ese nombre; esta foto fue tomada en el parque Carmen Romero Rubio de Díaz (hoy Revolución), los niños fueron convocados en el momento, ya que no estaba considerada la visita del poeta al centro del pueblo, sino solamente a una comida a casa de la tía y afortunadamente ambas escuelas estaban frente al parque.

Otra fotografía es una toma más cercana de otros niños, es digno de tomar en cuenta una niña de rasgos indígenas y con un colorido vestido que se nota a pesar del tono sepia de la impresión, dicha niña, me dijo la tía, es aquella pequeña a la que Darío dedica un poema y le recuerda con cariño, así lo contó el poeta en sus memorias tiempo después, el poema es dedicado a la niña de la piña, que esta pequeña horas más tarde va a despedir al poeta a la estación después de correr a su casa a contar a su madre sobre el personaje, a quien mucha gente confundía con un clérigo católico; quizá la madre para ganar una indulgencia celestial le dio a la hija la piña que es lo único que tenían debido a la situación precaria que padecían, esa noble actitud impresiono a Darío.

Había muchas fotos que vagamente recuerdo, pero en una está retratado solo con mi tía, esa foto, la preciosa mujer la llevo a su pecho con una enorme emoción lanzando al mismo tiempo un gran suspiro; años después comprendí que Darío para mi tía se convirtió en su amor platónico, ya que siempre cuando hablaba del poeta lo hacía con verdadero cariño, admiración y respeto; además de leer constantemente por los pasillos de la casa algún poemario del insigne bardo.

Al pasar el tiempo, yo creo que Darío nunca tuvo un recibimiento tan lleno de admiración y cariño; sobre todo después de lo sucedido en su desembarco en el Puerto de Veracruz, y como no creo en las coincidencias o casualidades, desde hace algunos años, he creído que la enorme personalidad de Doña Francisca García Sánchez de Sánchez García impactó al poeta de la misma manera que el poeta impacto a la tía Ricarda, la hija preferida de mi tatarabuela Francisca; sobre todo al relacionarla con su segunda esposa, Francisca Sánchez, la hija del jardinero real, en Madrid.

La personalidad de mi tatarabuela por los comentarios de mi abuelo y de mi señora Madre era impactante; mujer honesta, trabajadora, culta, educada, inteligente, pero sobretodo, sencilla, amable y con un enorme corazón de anfitriona cuando alguien le visitaba; y como decía anteriormente, al no creer en las casualidades, el nombre de aquella mujer fuerte, amable y sencilla impacto demasiado al poeta especialmente por el nombre; además por las similares características a la de su segunda esposa Francisca Sánchez, mujer casi homónima a mi tatarabuela. Con Francisca Sánchez, Darío finalmente vivió la mejor etapa de su vida, mujer que resguardó por siempre las memorias del poeta.

Otra fotografía que me mostró y que aún conservo, es la del banquete celebrado en casa, en ella el poeta está al centro de una enorme mesa horizontal que da vuelta a manera de mesa de juntas, flanquean al personaje a su diestra, mi tatarabuelo José María y a su izquierda por no decir siniestra que se escucha tenebrosa, bueno pues a su izquierda se encuentra don Enrique Leoncio Soto, quien ocupara varios cargos políticos en el estado; y que junto con mi tío Filiberto fue artífice para que Darío nos visitara; frente a ellos se encuentran mis tíos tatarabuelos Manuel y Felipe y mis tíos bisabuelos, José María, Filiberto, Nicéforo y mi bisabuelo Arnulfo.

Mi tía me contó que en varias ocasiones venía a casa don Enrique C. Rebsamen, un insigne pedagogo suizo y gran amigo de mi tío Filiberto, que cursó la carrera de profesor con la tutoría y asesoría del profesor Rebsamen, y quien corría sus pequeñas parrandas en compañía de mi tío. Cuando Darío fue prácticamente impedido o desairado para llegar como embajador especial de su gobierno a la celebración o a las fiestas del centenario de la Independencia Mexicana a la capital del país, por el golpe de estado de un gobierno usurpador, detenido prácticamente en el Puerto de Veracruz después de descender del barco que lo trajo a este país, el poeta comprendió la situación dada su gran inteligencia y el decide visitar en Xalapa a Salvador Díaz Mirón, a quien deseaba conocer ya que Díaz Mirón fue seguidor de la lírica modernista creada por Darío, desafortunadamente el poeta xalapeño se negó a recibirlo por los vínculos políticos que tenía dentro del gobierno del Estado, oficialmente le informaron que no se encontraba en la ciudad sino en la capital del país, por lo que intelectuales xalapeños entre ellos el profesor Rebsamen a quien ya se le consideraba xalapeño lo invitan a un diálogo a la escuela normal de profesores en la calle de Zamora, aquí estaba presente mi tío Filiberto a quien se le ocurrió invitarlo a Teocelo a él y al grupo de xalapeños reunidos en esa institución y dada la espontaneidad que es lo que gustó a Darío acepta de inmediato sobre todo por la enorme amistad de mi tío con el profesor Rebsamen, que en aquellos años yo creo que era uno de los mayores intelectuales del medio junto con Monseñor Pagasa, el obispo de Xalapa, esto ocurrió el día 9 de septiembre por la mañana, la invitación se hace para el día siguiente, mi tío se trasladó de inmediato por tren hacia el pueblo inmediatamente después de terminada la reunión con Darío para dar la noticia a su madre Francisca, mi tatarabuela, a su padre José María, mi tatarabuelo, a sus tios, a sus hermanos y hermanas entre ellas la tía Ricarda, además de comunicarlo a toda la familia, ya que deberían preparar el banquete para el personaje, afortunadamente mi tatarabuela siempre se distinguió por trabajadora y por no poner ningún obstáculo para las emergencias, además contaba en las bodegas de la casa con suficiente dotación de ingredientes para cualquier comida y con el mejor vino en la cava de la casa, ya que durante varios años fue la dueña del mejor hotel de la región, “el Hotel Hidalgo”.

Confeccionado el lugar con exquisito buen gusto, banderas de México y Nicaragua adornaban la casa, fueron elaboradas por el personal de servicio, dirigidos por la casera o ama de llaves doña Altagracia Martínez, con el apoyo de la tía y su hermana Otilia a gran prisa con papel de China, pero muy bien hechas, hermanadas cruzándose unas con otras lucían sobre la pared, en los balcones del frente y en las columnas del corredor donde se sirvió el banquete; barbacoa de borrego, chiles rellenos, mole, suculento arroz, el postre especial de la abuela naranja con coco y por supuesto un excelente vino de la Ribera del Duero a 16° obtenidos en la cava; le acompañaron aproximadamente 40 personas desde Xalapa, entre ellos el profesor Rebsamen y mi tío Filiberto.

Obvio que ello emocionó aún más al poeta, el cual venía maravillado por el recorrido del tren de Xalapa  a Teocelo, tren que serpenteaba cañales de azúcar, naranjales, platanales, pero sobre todo el enorme cañón de la barranca de Matlacobatl.

Decía mi tía que fue tal su agradecimiento que el poeta pidió un momento de soledad después de la comida y quiso trasladarse a una de las habitaciones del fondo en donde le proporcionaron máquina de escribir que aún conservo, una mesa negra que también conservo y que a manera de escritorio sirvió y con ambas herramientas en la intimidad que deseo en ese momento, teclea unas líneas relatando el acontecimiento; dicha carta según me dijeron mis amigos Homeros fue subastada por internet en Perú hace unos seis años.

La visita de Darío a Teocelo no fue oficial, ni siquiera estuvo presente el alcalde Sánchez Rebolledo, quien se excusó por una fuerte gripe que lo mantenía en su lecho de enfermo en su finca de Santa Rosa, tampoco estuvieron presente ninguno de los ediles del Ayuntamiento.

Al pasar el tiempo, en la boda de mis padres mi abuelo fija la fecha de la boda el 10 de septiembre de 1936 para recordar aquella fecha en el año de 1910, mi abuelo Lucino nació en casa al igual que mi madre Doña Rita, a ella al igual que a mi padre Don Joel les pareció una idea excelente, un año después exactamente en esa misma fecha nace mi hermana mayor, que según mi padre fue una bendición, por haberse casado el 10 de septiembre.

Desde siempre mi familia se reúne cada 10 de septiembre para celebrar estos acontecimientos; el aniversario del matrimonio de mis padres el 10 de septiembre de 1936 y la llegada de Darío a casa el 10 de septiembre de 1910, además del nacimiento de mi hermana el 10 de septiembre de 1937.

La llegada de Darío a casa nos ha importado todo el tiempo, y ese día leemos fragmentos de su obra con mis amigos, los literatos xalapeños, entre ellos Raúl Hernández Viveros, director de la revista “Cultura de Veracruz”, y en ocasiones nos ha acompañado también mi amiga Silvia Tomasa Rivera, recuerdo sobremanera los poemas de “Azul”, un gran poemario.

En 1985 decidí colocar una placa de bronce en el corredor donde se sirvió el banquete para testimoniar la visita de Darío a casa, la placa me la obsequió Gustavo Navarrete, un gran amigo de Durango; ese día también fue un gran acontecimiento para mi familia y amistades.

Dada mi cercanía con Cervantes, decido también colocar bajo la placa, la letanía de nuestro señor Don Quijote, mi poema favorito de Darío y quien dedica a Navarro Ledesma; iniciando con:

Rey de los Hidalgos, Señor de los tristes
que de fuerza alientas y de ensueños vistes
coronado de áureo yelmo de ilusión
que nadie ha podido vencer todavía
por la adarga al brazo, toda fantasía
y la lanza en ristre toda corazón.

Hoy en día recuerdo con nostalgia a la tía Ricarda y le viviré agradecido por siempre el que me haya acercado a Darío y a su modernismo.

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