No sabemos si la crisis mundial de los alimentos nos llevará a escenarios peliculescos, donde el acaparamiento, la especulación, el saqueo, el hambre y la muerte se mezclen en explosiva combinación de sucesos socioeconómicos y políticos.
Aún es pronto para adivinar si la realidad superará la ficción o si se trata de otra de las espirales especulativas de los mercados internacionales, para calcular perversas ganancias a costa de la mortificación global.
Cualquiera que sea la dimensión y el alcance de esta pandemia mediática, lo cierto es que no será buena para los millones de seres humanos que de por sí ya viven en condiciones de pobreza extrema, víctimas de un modelo de desarrollo que pone por encima el exterminio de los recursos naturales, la ganancia y el dinero y muy por debajo la dignidad de las personas.
Mientras las señales son más claras, a pesar de la aparente contundencia de las cifras de los organismos internacionales que estudian el caso para calcular su impacto, algunos gobiernos apresuran salidas espectaculares, poco viables y menos creíbles, quizá únicamente para salir a cuadro en la televisión.
Pronto sabremos de qué están hechos nuestros gobernantes y políticos, cuando tengan que darnos resultados más que declaraciones, ante panorama tan incierto. Pronto las estructuras de las economías locales se pondrán a prueba, a ver si resisten sacudimientos continentales, con epicentro en oficinas de los corporativos empresariales más agresivos y calculadores de los Estados Unidos.
Por ahora, como en otros problemas de escala internacional –como el calentamiento global-, la única certeza que podemos cultivar es la de que : ante los problemas globales, se requieren soluciones locales con acciones racionales, pensadas en estricto apego y respeto a la persona y a la naturaleza. Sólo eso nos salvará.
Recuperar los saberes de padres, abuelos y ancianos, que por generaciones vivieron sanos sin tele ni supermercados, acostumbrados a salir por su propio pie (sin programas electorero- asistenciales) y en auténtica relación de respeto con la Pacha Mama, y modificar nuestras prácticas de producción, intercambio y consumo, serán las mejores pistas para caminar en armoniosa convivencia humana.
Aún es pronto para adivinar si la realidad superará la ficción o si se trata de otra de las espirales especulativas de los mercados internacionales, para calcular perversas ganancias a costa de la mortificación global.
Cualquiera que sea la dimensión y el alcance de esta pandemia mediática, lo cierto es que no será buena para los millones de seres humanos que de por sí ya viven en condiciones de pobreza extrema, víctimas de un modelo de desarrollo que pone por encima el exterminio de los recursos naturales, la ganancia y el dinero y muy por debajo la dignidad de las personas.
Mientras las señales son más claras, a pesar de la aparente contundencia de las cifras de los organismos internacionales que estudian el caso para calcular su impacto, algunos gobiernos apresuran salidas espectaculares, poco viables y menos creíbles, quizá únicamente para salir a cuadro en la televisión.
Pronto sabremos de qué están hechos nuestros gobernantes y políticos, cuando tengan que darnos resultados más que declaraciones, ante panorama tan incierto. Pronto las estructuras de las economías locales se pondrán a prueba, a ver si resisten sacudimientos continentales, con epicentro en oficinas de los corporativos empresariales más agresivos y calculadores de los Estados Unidos.
Por ahora, como en otros problemas de escala internacional –como el calentamiento global-, la única certeza que podemos cultivar es la de que : ante los problemas globales, se requieren soluciones locales con acciones racionales, pensadas en estricto apego y respeto a la persona y a la naturaleza. Sólo eso nos salvará.
Recuperar los saberes de padres, abuelos y ancianos, que por generaciones vivieron sanos sin tele ni supermercados, acostumbrados a salir por su propio pie (sin programas electorero- asistenciales) y en auténtica relación de respeto con la Pacha Mama, y modificar nuestras prácticas de producción, intercambio y consumo, serán las mejores pistas para caminar en armoniosa convivencia humana.
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